Exámenes orales. Llevamos un ritmo de vida frenético, vivimos pendientes del reloj, de la lista de cosas pendientes para hoy… Y cargamos de tareas eternas las agendas de grandes y mayores. Habitualmente, me encuentro con familias que quieren traen a sus hijos a nuestro centro y al plantear un proyecto de intervención nos enfrentamos a la compleja labor de encontrar un hueco en sus agendas. Eternas extra-escolares y agendas ajustadas como la de cualquier empresario y dificultades para re-adaptar y modificar sus rutinas… Eso es lo que, “sin darnos cuenta”, estamos proyectando en nuestros “adultos de mañana”. Pues, sin duda, es en este punto en el que me planteo un “PÁRATE Y PIENSA…” Modifiquemos nuestro punto de vista y proyectemos un cambio de metodología de evaluación que alimente nuestros cerebros y los de nuestros jóvenes. Retomemos los exámenes orales.
Muchos son los beneficios de esta forma de evaluación de exámenes orales frente a la actual forma de evaluación escrita:
- El alumno que se enfrenta a un examen oral utiliza una metodología de estudio mucho más eficaz.
- El procesamiento de la información es mucho más complejo y el alumno se preocupa más de comprender la información que de memorizarla.
- Utiliza procesos mentales de elaboración y re-elaboración de la información y se esfuerza por analizarla e inter-conectarla con experiencias pasadas y contenidos asociados a dichas experiencias.
- Cuanto más elaborada sea la información, más significativo será el aprendizaje y más duradero en el tiempo.
- La experiencia del examen oral es mucho más enriquecedora para el proceso evaluador. Pues es un momento de intercambio de información bidireccional. Es decir, tanto examinador como examinado pueden re-adaptar la información o aportar datos aclaratorios a medida que la conversación evoluciona.
- Este tipo de examen alimenta la creatividad del alumno. Tanto a la hora de estudiar como a la hora de enfrentarse al momento de la evaluación. Y, por añadido al tipo de aprendizaje que incorpora. Las redes de interacción se refuerzan. El alumno desarrolla estrategias de análisis de la información mucho más elaboradas que las que se desarrollan a la hora de estudiar para un examen tipo test o tipo escrito.
- Alimenta la motivación por el estudio, es decir, a la larga el alumno descubre que la información elaborada y adquirida permanece de forma más estable y se coordina. Y complementa con el resto de aprendizajes de forma más natural. Siendo mucho más fácil de recuperar y poniéndose en marcha de forma más intuitiva.
- La evaluación es mucho más realista y ajustada. Tanto profesor como alumno pueden solicitar aclaraciones y añadir información. o, en su caso, redirigir la información para averiguar si se ha comprendido o no la pregunta. Saber si se conoce o no la información relacionada con la cuestión evaluada. En el examen escrito éste proceso de re-adaptación no es posible.
Como se puede observar el número de beneficios de los exámenes orales es muy elevado. Sin embargo, existen también ciertos inconvenientes como pueden ser:
- La necesidad de un tiempo mayor e individualizado para cada alumno. La posibilidad de evaluar al grupo completo de forma simultánea hace que sea más rápido y habitualmente más cómodo para la tarea de corrección.
- La falta de práctica hace que sea percibido como algo más difícil e indeseado.
- Otro factor que juega en contra es el emocional: “los nervios” hacen que la percepción sea mucho más intensa y negativa por la presión de la evaluación.
- Los “miedos” al fracaso; la exposición social; al momento de evaluación; a la falta de práctica… hacen que este tipo de evaluación sea percibido de forma negativa.
Pero sin duda son muchos más los beneficios que los inconvenientes y por ello deberíamos seguir intentando encontrar la fórmula magistral para retomar los exámenes orales en el sistema habitual de evaluación tanto en el ámbito escolar como en el de los adultos que se mantienen activos en el mundo de la “formación continuada”.